Agua, estrategias y poder: Estudio de caso y reflexión multisitual desde el Barrio Buenos Aires en la ciudad de Santa Marta
Autores: Monica Aguirre, Juan Méndez, Luz Mary Trillos. Estudiantes de Antropología
En el presente trabajo, se propone describir las estrategias empleadas por los habitantes del barrio Buenos Aires de la ciudad de Santa Marta y generar una reflexión de escala teniendo en cuenta una etnografía clásica tendiente a mostrar los distintos aspectos entrecruzados en la gestión del agua. El sector surgió como resultado de la violencia paramilitar de la década de los 90 en el que sus habitantes han tenido que implementar unas estrategias colectivas como la misma fontanería y domésticas, constituidas por métodos para potabilizar el agua de consumo. La situación del barrio es similar a la de la ciudad en cuanto al problema de desabastecimiento, por lo que han surgido diferentes actores y propuestas cuyos discursos revelan intereses propios.
Abstract
In the present work, it is proposed to describe the strategies used by the inhabitants of the Buenos Aires neighborhood of the city of Santa Marta and to generate a reflection of scale taking into account a classical ethnography tending to show the different aspects interwoven in water management. The sector emerged as a result of the paramilitary violence of the 90s in which its inhabitants have had to implement collective strategies such as the plumbing itself and domestic, constituted by methods to purify drinking water. The situation of the neighborhood is similar to that of the city in terms of the problem of shortages, which has led to the emergence of different actors and proposals whose discourses reveal their own interests.
Palabras claves: Agua, estrategias, fontanería, recurso, discurso, poder, actores, violencia, comunidad, tuberías.
Introducción
La ciudad de Santa Marta ha estado creciendo más rápido que el departamento del Magdalena. Con una población de 469.063 habitantes para el año 2013, (Humanas), el incremento refleja el efecto del desplazamiento de la población rural a la ciudad a mediados de la década de los 90. Período de la violencia paramilitar que generó unas dinámicas sociales en la zona rural y urbana evidenciado en las condiciones de vida de estas personas en el municipio y por otra, en la lucha por la apropiación de un nuevo espacio (Liñán, 2007).
Sumado al flujo de población, la urbe es severamente afectada por la falta del recurso hídrico como se evidenció a finales de 2015 y principios de 2016, cuando fue necesario desplegar una serie de medidas extraordinarias para suplir la demanda de agua en la ciudad. Según el Estudio Nacional de Agua del 2014 del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (2015), Santa Marta se ha catalogado con un índice de “alta vulnerabilidad hídrica” en un año moderadamente seco, como resultado de la fragilidad de sus cuencas hidrográficas (Diario del Sur, 2017).
Pero esta no es una crisis de poco tiempo, es un problema histórico en la ciudad… de más de 30 años en el que no se tuvieron presente los planteamientos del calentamiento global anunciado desde finales de los 90 y por falta de visión de crecimiento poblacional, ya que la infraestructura había sido hecha para una ciudad con menos de 250.000 habitantes. Como se ve, en la actualidad supera ese estimado con la llegada masiva de turistas en temporada y población desplazada en la lucha por la apropiación de un nuevo espacio que complica aún más la problemática del agua (Polo de Lobatón, 2016).
Se estima que en la ciudad, la pobreza es del orden de 58% de la población, y la pobreza extrema está en un 23,5% (Acevedo, 2013). Esto ha conllevado al establecimiento de asentamientos ilegales en la periferia de la ciudad del casco urbano con las condiciones que ello implica: carencia de servicios públicos, saneamiento básico, vías de acceso y otras problemáticas que los propios habitantes tuvieron que solucionar a través de estrategias colectivas ante la ausencia del Estado y las empresas prestadoras de servicio.
En este contexto se encuentra en la periferia de la ciudad, el barrio Buenos Aires, asentamiento ilegal cuya ubicación natural, agudiza aún más la crisis en la que viven sus moradores, ya que colinda al norte con los Cerros Nacionales, al sur con la vía alterna y el barrio Mamatoco, al este con el barrio la Esmeralda y al oeste con el barrio “El Oasis”.
La impresión sea que los barrios mencionados están “apiñados unos a otros”, pero en realidad están aislados. Para llegar a Mamatoco, los habitantes del barrio Buenos Aires deben caminar 20 minutos por un sendero boscoso, cruzar el río sobre un viejo puente de tabla y la Vía Alterna al puerto; esto lo hacen diariamente estudiantes, trabajadores, habitantes y visitantes. Para trasladarse al barrio “El Oasis”, las madres de familia que apartan cita médica en el puesto de salud, deben ir 10 minutos a pie por un camino abierto y solitario. Los carros particulares solo pueden ingresar al barrio por el “basurero de escombros” ubicado frente a las “bodegas azules 5.5”, pero las condiciones inestables del camino son un riesgo, sobre todo en temporadas de lluvia.
En el barrio, el 80% de los habitantes tienen vivienda propia, el 18% viven en vivienda arrendada y solo un 2% viven en viviendas de otro material, lo que significa que a pesar de vivir con escasos recursos, han sabido obtener una vivienda aunque no se encuentren del todo acabadas. Así, el 94% de las viviendas están hechas de material de concreto y solo un 6% están fabricadas en madera (Fig.4).
Solo el 50% de los habitantes llegaron al nivel básico de primaria, el 20% son bachilleres, 10% al nivel medio de secundaria, mientras que el 10% está entre el nivel técnico y tecnológico (Fig.7).
Por esto, que no cuentan con algunos servicios y otros que son deficientes, y ante la falta de recursos, de ayuda política y de interés desde los entes estatales, los habitantes han creado una serie de estrategias para vivir en medio de la ingente crisis. Son cotidianos los cortes del fluido eléctrico producidos por el deterioro de las redes y transformadores, por lo que recogen dinero para que un miembro de la comunidad conocedor de redes, la instale nuevamente. Solo desde el 2016 se cuenta con la prestación del servicio educativo del sector oficial.
Sin embargo, uno de los recursos que ha sido factor de preocupación, conflictos y organización ha sido el agua ante la ausencia del Estado y de las entidades prestadoras de servicio. En Colombia, el acceso nacional al agua es del 87%. Para la zona urbana es del 96% y para la rural del 51%. Un 24,4% de la población nacional está en condiciones de pobreza y se les dificulta el acceso al agua para mejorar su calidad de vida. De los pobres urbanos, un 30,7% no tienen acceso al agua, y en el nivel rural el 40,65% de los pobres no les llega el agua (Correa assmus, 2015).
La preocupación sobre el recurso hídrico se da en el momento mismo de la fundación del barrio el 10 de febrero de 1996, fecha en que un grupo de personas desplazadas provenientes de la zona rural del departamento del Magdalena -según el señor Claudio Perea (2017)-, construyen 20 viviendas en la zona aledaña a la Vía Férrea con materiales típicos de asentamientos como bahareque, cercas, maderas, plásticos y algunos bloques y techos de eternit. Estas casas serán inmediatamente habitadas por 75 personas aproximadamente.
En otras palabras, el crecimiento del sector, las presiones ambientales y la ausencia estatal, conllevaron al planteamiento sobre cuáles eran las estrategias sociales y comunitarias creadas por los habitantes del Barrio Buenos Aires para acceder al recurso hídrico. Se pretendía entonces describir esas estrategias identificando cómo es el acceso al servicio en un marco de situaciones micro económicas, sociales y políticas. Si desde un nivel micro-local la gestión del agua es asumida y pensada, lo mismo sucede desde un nivel municipal, considerando que la situación del barrio no está desligada de la gran problemática que aqueja a la urbe; la escases de agua.
De ahí la importancia también en esta investigación de generar una reflexión crítica y de escala sobre cómo se está tratando el problema del agua desde lo barrial, municipal y nacional y cómo se asume la idea de desarrollo sostenible en los discursos de los actores que tienen poder de decisión, objetivos e intereses en el tema del agua, relacionándolo con la problemática que aqueja al barrio Buenos Aires.
Metodología
Para el desarrollo de la propuesta se propuso una investigación de tipo cualitativo, utilizando como método la etnografía, que en la tradición antropológica Hernández citando a Patton define como “descripciones detalladas de situaciones, eventos, personas, interacciones y comportamientos que son observables” (2016, pág. 21). Se debe reconocer que la etnografía, es una interpretación problematizada del autor acerca de algún aspecto de la realidad de la acción humana (Jacobson, 1991), sin embargo, se pretendió generar un trabajo clásico que evidenciara aspectos económicos, políticos y culturales entreverados con la gestión del agua.
Fue necesaria una primera fase de recolección bibliográfica y documental que contribuyera primero a ampliar el espectro del tema hídrico para construir una etnografía clásica tendiente a no olvidar ningún aspecto de la vida cotidiana en el barrio relacionada con el agua. Y por otro lado, a alimentar la posición reflexiva y crítica frente a las propuestas del desarrollo económico y sustentable en la solución, mitigación o gestión del agua.
En la segunda fase, se propusieran como técnicas de investigación: la observación participante, en referencia a que la “observación que no es del todo neutral, pueda incidir en los objetos observados, excepto que el investigador adopte un referente de su cotidianidad” (Gubert, 2001, pág. 22). Permitió identificar en esos acercamientos las distintas formas de organización que tiene la comunidad, las estrategias para satisfacer sus necesidades en relación al recurso hídrico, los conocimientos locales empleados para acceder y manejar la calidad del agua.
La segunda técnica empleada fue la entrevista, “íntima, flexible y abierta. Como una reunión para conversar e intercambiar información entre una persona y otra” (Hernández Sampieri, Fernández Collado, & Baptista, 2016, pág. 418). Fue un espacio entre personas locales y conocedoras del tema, que dió cuenta de la historia del barrio por medio de los líderes, la historia de vida de los fontaneros; sus conocimientos sobre la gestión del recurso. Igualmente, permitió conocer el modelo de desarrollo local, las percepciones e imaginarios que tienen sobre las entidades e instituciones encargadas de la gestión del agua a nivel municipal. De la misma manera, permitió una aproximación a los argumentos de ONGs involucradas en objetivos y manejos del agua en la ciudad.
Para conocer el aspecto socioeconómico, percepciones e imaginarios sobre la gestión del líquido, tratamiento, almacenamiento y uso del agua por parte de los habitantes del barrio Buenos Aires, se aplicó la encuesta estructurada, definida como herramienta para “explorar la opinión pública y los valores de una sociedad o temas de significación científica” (Grasso, 2016).
Además, se utilizó la herramienta del Sistema de Información Geográfica (SIG) que somete la realidad a una simplificación cartográfica, clasificatoria y binaria (Parcero-Oubiña & González Pérez, 2007) pudiendo describir aspectos físicos de la superficie de la tierra a través del Gps para poder establecer la espacialidad del barrio Buenos Aires, las vías de acceso, las redes hídricas y puntos de control, y los estancamientos de agua residuales. La funcionalidad de esta herramienta obedeció a mostrar con claridad la espacialidad y ubicación del sector en el Distrito de Santa Marta.
Categorías de análisis:
En este trabajo, se entiende siguiendo a Vargas (2006) que sin cambio cultural no puede darse un cambio en la gestión del agua y que esta es “el fondo profundo que embebe todas las conductas individuales e institucionales que se expresan en una sociedad en relación con el agua” (pág. 2). Las acciones, decisiones y percepciones locales serán prioridad desde este concepto. De aquí la pertinencia de abordar una etnografía clásica tendiente a destacar aspectos entrecruzados con la situación del líquido.
Ahora bien, reconociendo que la problemática del agua está relacionada no solo con la situación que viven los habitantes del barrio, sino con el municipio, es pertinente considerar los distintos niveles de gobernabilidad e instancias de decisión, por un lado, desde el nivel micro-social entendido como la comunidad de Buenos Aires. Por otro lado, lo municipal y nacional desde donde se está pensando el tema hídrico. Se hace necesaria una reflexión sobre las propuestas y discursos que están asumiendo la problemática del agua. Se destaca que estos discursos, apoyados por el conocimiento científico producen efectos de verdad, lo que tiene influencia sobre las decisiones de los diferentes actores desde el poder, ya que el agua es poder y otorga poder a quienes lo controlan (Correa assmus, 2015). Este poder, que está también atravesando el tejido social, está en todas partes y opera en una situación estratégica, en un momento determinado de la sociedad (Foucault, 2007).
Se entendió aquí el tejido social desde dos formas de relacionarse: Lo social como aquellas redes familiares vinculadas con la gestión del agua y lo comunitario, como las organizaciones legales o informales presentes en el barrio. En el tejido social es donde se dan las relaciones de poder.
Y relacionado con el poder como relación de fuerzas, se tuvo en cuenta la gobernabilidad como “el ejercicio de la autoridad política, económica y administrativa para gestionar los asuntos de un país a todos los niveles” (Correa assmus, 2015, pág. 126), pero no debe entenderse la gobernabilidad solo en términos verticales, sino como la capacidad que tiene la sociedad civil para movilizar las energías a favor del desarrollo sustentable de los recursos hídricos determinado por el acuerdo social (Quintana Ramírez, 2010). Por lo tanto, fue imprescindible exponer las formas de gobernabilidad, primero desde lo institucional en el ámbito municipal y nacional, que aplican la política pública dentro de estructuras organizativas y segundo, la forma cómo en un escenario específico como el barrio, se gestiona y se ejerce el control sobre el agua. Cabe aclarar que lo institucional aquí, se entendió como un efecto del poder (Foucault, 2007).
El acceso al agua que “propende a que todo individuo cuente con agua potable a su alcance, sin poner en riesgo su integridad física” (García Rodríguez & Cuesta Delgado, 2016, pág. 23), se da en el barrio por medio de unas estrategias locales de conocimientos tradicionales, que surgen debido a la ausencia de la entidad encargada de prestar el servicio público de agua. Se entendió la accesibilidad desde cuatro dimensiones: La accesibilidad física, que hace referencia a la facilidad con que los habitantes pueden manipular las redes o en caso tal, existe un mediador responsable de la labor. La segunda dimensión refiere al aspecto económico en el que el recurso es monetizado para su acceso en condiciones incluyentes para todos. En cuanto al acceso a la información que tienen los moradores del barrio con respecto al servicio de agua estipulado. Y por último, la no discriminación, remitiéndonos a la igualdad en el acceso hídrico (García Rodríguez & Cuesta Delgado, 2016).
Resultados
Descripción Geoespacial
El Barrio Buenos Aires se encuentra entre los Cerros Nacionales de Santa Marta, estos cuentan con una vegetación de bosque seco tropical. La zona baja es de 33 m.s.n.m., pero se puede pasar hasta una altura de 75 m.s.n.m. en las zonas altas.
En este sentido, el barrio cuenta con cuatro vías de acceso. Según el mapa geoespacial, las primeras tres entradas mencionadas a continuación, llevan a una principal: La primera donde se identifica un puente de tablas construido por la comunidad, que cuelga por sobre el rio Manzanares, luego de 10 minutos de recorrido se llega al barrio. “La entrada 3” es la que utilizan las personas que llegan por la Vía Alterna al puerto de Santa Marta, cruzando está la Vía Férrea para llegar al barrio. La “Entrada 3.1”, está por la misma Vía Férrea que se nombró anteriormente, conduciría al puente vehicular del “Once de Noviembre. Este puente férreo, además de ser peligroso por el tránsito de locomotoras y trenes completos, se encuentra casi a 20 metros de altura del río Manzanares.
Para poder transitar por este, los habitantes del barrio colocaron tablas, creando así un piso falso por el cual caminar, pero aun así este sigue siendo endeble y toca jugar a la suerte y al equilibrio para poder pasar. Por último la “entrada 2” se encuentra en la parte posterior del barrio hacia el nororiente, en lo alto de los cerros entre la vegetación de los bosque seco tropical, se puede ingresar al barrio, descendiendo de una pendiente de hasta 57°.
El barrio no cuenta con un sistema de acueducto subterráneo, por este motivo adaptaron a la zona con redes hídricas construida artesanalmente, esta son unas mangueras negras, duras, que surcan por todo el barrio, en las calles principales se encuentran las llamadas “Flautas” que son puntos en donde una manguera principal se convierte en varias para distribuir el líquido, alrededor de 6 o 10 tubos, que llegan directamente a las casas. Existe una alberca hacia el sector medio del barrio, está se encuentra en el cerro a una altura de 56msnm, para extraer el agua de este sector se usan motobombas con mangueras que están conectadas con anterioridad hacia las casas.
Al ser un barrio construido en un cerro, con pendiente hasta 57° grados de inclinación y mucho menos no tener acueducto, las aguas residuales que son arrojadas a las calles, se acumulan en forma de pequeños riachuelos que van creando pequeños empacamientos camino abajo hacia la entrada principal el barrio. El problema se da en la entrada, en donde se crea una gran charco de aguas residuales, que puede durar días allí sin secarse, provocando así la proliferación de enfermedades.
(Captura realiza desde el programa Garmin; Gps)
Historia del barrio Buenos Aires: conflictos y organización
El nombre Buenos Aires ya lo recibía el lugar, y decidimos ese día dejarle ese nombre. ¿Por qué se llamó así? Porque aquí también había árboles de mango que hacían mucha sombra y la brisa entraba por entre los cerros… era muy agradable”. Fue fundado por mi persona Claudio Perea, Juan Reales que es marido del papá de la evangélica, Héctor Góngora que es tío de Isolina la mujer del “fontanero” y Carlos Sánchez que ya falleció. Nosotros fuimos los que entramos a pelear por la comunidad (Comunicación personal, 30 de abril de 2017).
La historia del asentamiento es resultado en todo momento de la violencia paramilitar: de personas que llegaron desplazadas por amenazas y de grupos armados que permitieron que se instalaran porque las familias propietarias dueñas de la tierra no quisieron pagar la extorsión. Así, el 80% de los habitantes son directa e indirectamente víctimas del conflicto armado y muchos llegaron de corregimientos y municipios aledaños a Santa Marta producto de la violencia paramilitar y se dedicaron a todo tipo de actividades económicas como mototaxismo, tiendas, ferreterías, ladrilleros y bloqueras, ventas de sopa, fritos y variedades. En la actualidad el 60% de la población se dedica al sector informal, un 26% a labores domésticas, 12% son empleados formales de empresas y un 2% no trabaja (Fig.8).
El señor Claudio Perea, recordaba así la fundación del barrio, pero él ni siquiera es de la región. Nació el 24 de julio de 1956 en la ciudad de Quibdó, capital del departamento de Chocó. Se casó y tuvo cinco hijos y por fuera de este tuvo otros tres hijos de los que dice “sacó adelante con todas sus fuerzas”. Prestó servicio militar en 1975 e hizo curso como suboficial del ejército retirándose en 1983. Su llegada a Santa Marta obedeció a oportunidades de trabajo en compañías de vigilancia y de seguridad. Relata las vicisitudes en los inicios del barrio de la siguiente manera:
Inicialmente duramos un año sin servicio. Todos veían televisión en mi casa en un televisorcito a blanco y negro con baterías. Los que trabajábamos nos transportábamos en carrucha sobre la vía hasta Nueva Colombia (11 de Noviembre). Nosotros nunca tuvimos la ayuda de Metroagua (Veolia Santa Marta); ellos solo cedieron finalmente porque nos habíamos conectado a lo macho, pero nos daban turno de media hora a nosotros y al barrio La Esmeralda… con aportes económicos de la comunidad, logramos instalar la tubería de PVC desde la Línea Férrea” (Comunicación personal, 30 de abril de 2017).
La empresa Veolia Santa Marta es consciente que los barrios aledaños a la planta de procesamiento, están conectados de forma artesanal al tubo del “paso del mango”. La entidad permite esta conexión al considerar que el agua usufructuada no está bajo procesos de potabilización, lo que evidencia la ambigüedad legal de si el acceso se contempla como derecho de acceso al recurso como tal a como derecho al producto potable y la distribución de este (Díaz Púlido , y otros, 2009). Esta actitud evidencia la mercantilización del agua y que la gestión en manos de entidades deficientes y carentes de visión social, favorecen el marginamiento hídrico, el deterioro de la calidad de vida, la inseguridad y la pobreza (Correa assmus, 2015).
En todo caso, en 1996 se conectaron a la manguera. En 1997, la Junta se instaló formalmente con el liderazgo de Claudio Perea: se avanzó en las instalaciones de redes eléctricas con el apoyo de
Energía Social, se construyó la “alberca millonaria” ubicada en la parte más alta y solitaria del barrio. En 1999 con ayuda de toda la comunidad, se instaló el puente colgante para comunicar al sector con Mamatoco. Finalmente, en el año 2013 la empresa “Gases del Caribe” instaló el servicio de gas natural en el barrio.
Paralelo a la organización social, se van a idear métodos y estrategias para distribuir el agua que se refleja en una de las decisiones adoptadas por la Junta Directiva en 1996, como fue la de designar en comunidad a una miembro para distribuirla. El primer “fontanero” que tuvieron fue Eliceo Raigosa, “muy estimado por la comunidad”. El señor Perea comenta que entre las funciones del “fontanero “estaba:
El “fontanero” debe distribuir el agua a los sectores del barrio y vigilar y cuidar las mangueras. También él debía recoger el dinero mensual a cambio del agua. Recuerdo que en ese tiempo se cobraban cuatro mil pesos; tres mil eran para el “fontanero” y mil para el fondo. Semanal se le hacía la liquidación al fontanero y hasta había un punto de pago y se llevaba la contabilidad del agua. El fontanero ganaba como cuatrocientos mil pesos. La gente estaba muy unida y sí pagaba (Comunicación personal, 30 de abril de 2017).
Ese fondo que menciona el señor Perea, estaba destinado a la compra de tubería o suplir gastos ante una emergencia en relación al agua. Con los sucesivos “fontaneros”, obras como la construcción de la “alberquita”o la renovación de la tubería deteriorada se realizaron con ese fondo. Es evidente por lo tanto, la relación entre la Junta de Acción Comunal, “fontanería” y fondo.
El señor Manuel Manga, fontanero de la zona baja del barrio desde hace 20 años, sostiene que en esa relación, la Junta de Acción Comunal se disolvió por “malos manejos”:
Vamos a hacer aquel servicio, vamos a arreglar ese puente que recogí una plata. Vamos a recoger otro poquito y se hace un puente bueno”, no señor. Entonces van a hacer sancocho allá, comprar panela, comprar de todo. ¡Hombre no compre nada y cada uno que vaya a comer a su casa! Como les dije yo. Eso no debe ser así (Comunicación personal, 16 de octubre de 2017).
Este “despilfarro” de los dineros producto del servicio de agua y otras actividades generó desconfianzas entre los habitantes del barrio y conllevó a un desinterés general de trabajar por la comunidad. La relación entre el fondo del agua del barrio y la JAC, fue una de las causas de ruina de esta última, ya que para los moradores del barrio, no tenía sentido recoger fondos por medio de actividades para que “otros se las robaran”.
De esta manera, la Junta de Acción Comunal se disolvió y el desinterés por todo tipo de organización en el barrio fue general a excepción de los grupos religiosos. En la actualidad el 94% de los moradores nunca ha pertenecido a ninguna organización y solo el 6% si lo han hecho (Fig9). El 78% se informa oportunamente de lo que sucede dentro del barrio, mientras que el 14% algunas veces se mantiene informado y un 8% sí lo hacen (Fig.10). Además, los sucesivos fontaneros fueron elegidos no por la Junta o la comunidad, sino que ellos mismos fueron delegando su cargo a un sucesor. Evidentemente el poder es un elemento inherente a la figura del “fontanero” por cuanto él, tiene el control sobre el recurso, ya que serlo implica caer en un entramado de relaciones sociales que lo beneficia en algunos aspectos, como exonerar a su familia de la cancelación del servicio, comprometerlos en el trabajo de fontanería o influir en decisiones comunitarias ajenas al tema del agua. Vemos entonces que el agua es poder y otorga poder a quienes lo controlan, lo que puede producir distorsiones y sesgos excluyentes en su acceso, conservación, tenencia, información y el respeto de su normatividad (Correa assmus, 2015).
Diferencias políticas, espacialidad y distribución del recurso
Muchas veces, las prácticas políticas tradicionales han encontrado nicho ante las necesidades materiales de los habitantes del barrio. El agua, ha sido un punto coyuntural en esta relación entre políticos y habitantes del barrio. El señor Orlando Crespo comparte estas experiencias cuando expone:
Me conseguí otro Concejal bueno, Alonso Ramírez. Llegó aquí a las 5 de la mañana y yo durmiendo, y él tocándome la puerta. Y me decía, “ajá Crespo y entonces, yo soy el de la plata y tú eres el trabajador”, así me tenía él. Como decir, yo era él carga leña de él para cargarle los votos.
Con la ayuda de dicho candidato político, se consiguieron 3.000 metros de manguera y un transformador para llevar el agua y la energía hasta la parte alta del sector. A cambio, la comunidad debía comprometerse en elegir con su voto al candidato en cuestión. Esta, es una forma de clientelismo político, término que según Quintana (2010) es una evolución del concepto de patronazgo, fundado en la reciprocidad en el que con argumentos morales se acepta la inferioridad entre los actores sociales implicados en una red de relaciones políticas entre agentes dotados de recursos desiguales.
En un estado con débil presencia para cubrir las demandas de la población, el clientelismo se mantiene en razón del prestigio que adquieren los líderes de organizaciones sociales. En el barrio, una característica es la división de sus líderes durante las elecciones electorales, evidenciando que este fenómeno corresponde a una ideología de desigualdad, en la cual la base del intercambio entre cliente y patrono se origina y refleja en la disparidad de su riqueza, poder y status relativo (Quintana Ramírez, 2010). Ante el cumplimiento del candidato Alonso Ramírez, la comunidad se movilizó a votar por él. Aquí, la sociedad civil organizada se convierte en un canal de poder a través del cual se mueve la población para cumplir con el líder político. Esta es una práctica generalizada en la sociedad colombiana favorecida por la débil autogestión y fiscalización en el manejo de recursos (Quintana Ramírez, 2010).
Cabe resaltar que estas diferencias políticas determinan en ciertas ocasiones trabas en la obtención de beneficios colectivos por los rumores y comentarios entre las personas influyentes del sector. Además de Claudio Perea, el más conocido es Orlando Crespo, uno de los fundadores del barrio quien nació en Fundación, Magdalena. Trabajando en el Curval, la guerrilla lo amenazó y le dió un plazo para salir, por lo que estuvo en zona rural de Santa Marta, hasta que llegó a lo que sería el barrio.
Su vínculo con la fontanería y las necesidades del barrio son antiguas como su fundación, puesto que además comenta que en su casa para 1998, había un lavadero en donde las personas –de la parte alta donde no llegaba la manguera- venían a abastecerse. Aunque no es líder legal del barrio, goza de mucha influencia por los papeles que ha cumplido en el sector: fundador, fontanero o “líder natural” como se hace llamar.
Cuando la comunidad rechaza el trabajo realizado por los fontaneros encargados, él se encarga de manejar las redes hídricas independientemente de su posición. Aquí debemos aclarar que en Colombia, la gobernabilidad se encuentra relacionada con la gobernabilidad nacional, lo que la hace dependiente e influida por las prácticas propias de la política tradicional, que desdibuja las reales necesidades de gestión hídrica local y nacional (Correa assmus, 2015). Sin embargo, la gobernabilidad no debe verse como expresión de una visión de arriba hacia abajo, sino como aquello que es el eje central de la gobernabilidad, lo que cree y hace la gente con el agua; que existe una cultura del agua (Vargas, 2006). La gobernanza del recurso es ejercida en términos de relaciones de vecindad y sectorialización, pero eso no implica estar exonerados de la crítica por la mala gestión que se ve exacerbada en temporadas de invierno y sequía. De allí se entiende que esta gestión está entrecruzada con aspectos políticos, económicos y sociales que son esenciales en la comunidad, ya que en muchos contextos la gestión local del recurso no se limita solo a eso, sino que el control sobre la gestión determina quién impone las normas, reglas y disposiciones para acceder al líquido (Boelens , 2002).
En la actualidad existen dos fontaneros para el barrio: el señor Manuel José Manga que administra en la parte baja y el “altarcito”, y el señor Renzo que se encarga de la parte media y alta de la invasión. Los sucesivos fontaneros dentro del barrio han tenido cierta influencia y son conocidos por los moradores. Ellos generalmente cobran una tarifa de 8.000 y 10.000 respectivamente y el 80% de los habitantes, está de acuerdo con ella (Fig.14). En general no advierten o imponen sanciones a aquellos habitantes que no cancelan el servicio, pero sí lo hacen hacia aquellos que riegan las aguas servidas a la calle, utilizan una pulgada mayor que los tubos principales o manipulan las mangueras sin tener permiso de ellos.
Es evidente que entre fontaneros y la empresa Veolia Santa Marta, se da la preocupación por el derrame de las aguas a las calles. Se reconoce así que los efectos de una cadena consecutiva de prácticas inadecuadas de los actores sociales sobre el recurso hídrico, impactan desventajosamente a mediano y largo plazo en la sustentabilidad natural de las cuencas hidrográficas que abastecen a los acueductos comunitarios (Quintana Ramírez, 2010).
Ante esta situación, los fontaneros construyen un visión de proteger el recurso frente a los abusos desmedidos, pero no siguen un modelo de desarrollo económico porque no poseen cronograma de actividades, normativas, planes de inversión o de mantenimiento en aras de fortalecer la gestión del agua; todo depende de su voluntad personal. Además, los dineros obtenidos en la fontanería apenas le sirven para sobrevivir.
El trabajo del fontanero implica estar diariamente pendiente del mantenimiento y distribución del agua a cada subsector. Aquí es interesante describir cómo las diferencias políticas entre los líderes en épocas electorales y la distribución del líquido determinaron que el barrio se organizara en cinco subsectores para la distribución del agua a partir de las conexiones a la “manguera madre” o la alberca: El sector de “el enano” la parte más alta del barrio, el sector de “Carmen Cabrera” que constituye el fin del sector; llamado así por una mujer conocida por todos en el barrio. El sector del “altarcito”, un caserío aislado ubicado a un lado de la Línea Férrea que sigue siendo Buenos Aires, “la ensenada” y el sector de “la parte baja”, que es toda la calle principal del asentamiento.
Ahora bien, aceptando que “la naturaleza delimita la disponibilidad del recurso, ya sea proporcionada por su existencia, disponibilidad o apreciación social del mismo” (Ivars, 2013) es lo que los moradores del barrio reconocen y achacan al aumento de población y construcción de nuevas casas que hace disminuir la presión del agua en la manguera. Por esto, el sistema de distribución funciona de esta manera: La Esmeralda, Buenos Aires, Colinas del Río y otros barrios, están conectados a una “flauta” que se desprende del tubo de agua no procesada del extinto Metroagua. De esa flauta, el barrio tiene derecho a tres conexiones, cada una de 1 pulgada y media. Las mangueras siguen el trayecto paralelo a la línea Férrea hasta entrar al barrio. Entran entonces: (GRAFICA)
Existe una manguera comunal que toma el costado izquierdo de la calle principal, cuya agua es impulsada por la turbina instalada a media calle. Al llegar a la “alberquita”, vuelve y baja la calle. A medida que baja, las “te” irriga el agua a los subsectores. Sin embargo, después de la “te” siempre hay un control, cuya función del fontanero es cerrar para dirigir el trayecto del agua al subsector. Una segunda manguera, está al costado derecho de la calle principal que se dirige al sector de “Carmen Cabrera”, de la parte alta. Esta manguera entrega su agua a la “alberquita” para ser distribuida por una motobomba a las casas de ese sector. Esta manguera siempre ha sido causal de problemas entre la comunidad y el fontanero. Y una tercera manguera es administrada por el señor Manuel “Manga” fontanero de la parte baja del barrio.
Los habitantes de Buenos Aires han empleado primero unas prácticas domesticas para abastecerse de líquido, ya que el 80% de las personas almacenan el agua en baldes, albercas, recipientes y tanques. Solo el 10% la almacena en tanques y albercas. Y segundo, métodos para consumo del agua por parte de la comunidad; el 50% compra el agua para el consumo diario en sus casas, un 20% la hierve, un 18% utiliza hipoclorito para purificarla y un 12% emplea otro método diferente (Fig18).
Discusión: Reflexión multisitual Fondos de Agua en Santa Marta
Describiendo la compleja situación de los moradores del barrio, la preocupación en el Distrito radica en cómo afrontar la variabilidad climática que tiene consecuencias de desabastecimiento para la urbe y que afecta particularmente a las comunidades olvidadas. Entonces ¿qué estrategias, programas o proyectos en materia de seguridad hídrica se están desarrollando a nivel municipal en Santa Marta? En la actualidad, una propuesta que se ha consolidado es el fondo del agua para Santa Marta y Ciénaga. Este es uno de los compromisos del proyecto “Tras la Perla de la América” (Tras la Perla de América. Unidos por Santa Marta, s.f.) Dirigida por el cantante samario Carlos Vives, cuyo propósito es “promover el mejoramiento de la calidad de vida en la ciudad de Santa Marta y en su región de influencia” a través de diversas fuerzas articuladas, manteniendo presente la sostenibilidad en todas las dimensiones del desarrollo. Conciertos, eventos y exhibiciones en las que se muestra a Carlos Vives, constituyen el marketing de “Tras la Perla de América” para producir una imagen de ciudad moderna y desarrollada.
Como decíamos, es una propuesta mancomunada entre el sector público, privado y entidades sin ánimo de lucro apoyado por la Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua, cuyo recurso inicial es de US1, 5 millones y que podría beneficiar a 1.250.000 habitantes de ambas ciudades y áreas circundantes. Su objetivo principal es restaurar y conservar áreas estratégicas de la Estrella Hídrica de San Lorenzo, localizada en la Sierra Nevada de Santa Marta y Ciénaga, puesto que el 85% de los ecosistemas de la Sierra, se han visto afectados por la deforestación relacionada a la expansión de la agricultura, la urbanización y los cultivos ilícitos (Dinero, 2017).
Ahora bien, ¿qué es un Fondo de Agua? Es un mecanismo de impacto social que contribuye a la seguridad hídrica de las ciudades por medio de la inversión en infraestructura natural para la conservación de lo que se ha denominado “capital natural” en forma sostenible (Fondosdeagua.org, 2017). Pretende “contribuir a un manejo integral de las cuencas y los recursos hídricos de la zona, a través de acciones de conservación y restauración de coberturas naturales que contribuirán a garantizar la calidad y cantidad de agua para los habitantes de las ciudades”. En este caso, Santa Marta y Ciénaga.
Según el “Plan de Acción Santa Marta”, este fondo iniciaría con la compra de 17 predios estratégicos en la estrella hídrica para restaurar el ecosistema allí ubicado (Findeter, 2016) y propone 11 fases siguiendo la Guía Metodológica de Restauración Ecológica de Colombia sobre las que vale analizar. Una concepción –similar a la de áreas de reserva- en estos proyectos en que se compran predios, radica en el trabajo intensivo sobre las áreas como si fueran “islas” (Gudynas, 2003), lo que implica ignorar dinámicas antrópicas en los ríos fuera del área a conservar. Otro punto interesante, es que se establece un plan financiero que define un esquema de pago por los servicios ambientales que ofrecerán los campesinos; capacitación, asistencia técnica y apoyo, convirtiendo a los trabajadores del campo en una especie de guardabosques. La participación de las “comunidades adyacentes” se reduce entonces a un asistencialismo económico y técnico que olvida además, sus conocimientos y valoraciones sobre la naturaleza.
Se observa que muchas organizaciones comprometidas con un desarrollo sustentable como la Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua, valora los recursos en términos de “capital natural”. Sin embargo, este es un concepto problemático porque conlleva la posibilidad de sustituir un capital por otro y somete a la naturaleza a una visión utilitarista (Gudynas, 2003). Con el proyecto “Tras la Perla de la América”, se pretende entonces construir el progreso articulándolo con lo ambiental, se visiona a la naturaleza como capital natural, como medio para producir una imagen de ciudad sostenible, fuerte, desarrollada, turística (Gudynas, 2003). Hay que considerar los intereses económicos que están en juego ante la carencia del líquido en la ciudad, ya que la urbe se está caracterizando por el crecimiento del sector inmobiliario consolidándose así como destino turístico internacional del Caribe colombiano (Dinero, 2016).
Mientras que esta imagen de ciudad se yergue, la ciudadanía que habita las periferias olvidadas como en Buenos Aires, siguen siendo parte de la desidia estatal o institucional. Es cierto que son buenas las intenciones, pero la falta de acceso al recurso le impide a la población marginada fortalecer su capacidad de agencia, consolidar sus dotaciones iniciales, ampliar las opciones para definir su proyecto de vida y empoderar su participación política (Sen, 2009). Se puede pensar que la política tradicional consolida estos elementos, pero en realidad conlleva a la despolitización de los sujetos, ya que las falsas promesas en temporada electoral, minan la credibilidad social hasta el punto de rechazar sus propios derechos políticos y sociales como ciudadanos que hacen parte de una democracia (Correa assmus, 2015). Hay que reconsiderar en estos planes y proyectos, que el agua como derecho está conectado al derecho a la vida y a un nivel de vida suficiente que garantiza otros derechos como la salud, la alimentación y un mínimo de saneamiento ambiental (Díaz Púlido, y otros, 2009).
Hay que reconocer que los discursos de los actores institucionales y sociales están dichos desde algún lugar y contienen algún supuesto imaginario. En este sentido, debe reconocerse que en la Sierra Nevada de Santa Marta hay distintos significados sobre el agua y la naturaleza dependiendo del tipo de actores presentes en la región (Aja Eslava, 2010). Sin embargo, desde este Fondo de Agua, la sustentabilidad del recurso se propone como un ardid en donde los actores quieren implantar sus objetivos basándose en un discurso articulándolo con una visión desarrollista y utilitaria. Es de esta manera, un discurso hegemónico que construye y difunde ideas dominantes que favorecen dinámicas globalizadoras y uniformalizadoras de la realidad en donde solo queda la posibilidad de adaptarse a estos discursos burocráticos ligados a centros de poder (Vargas, 2006).
Se podría pensar entonces que el argumento del desarrollo sostenible, definido como la satisfacción de las necesidades de las presentes generaciones sin comprometer la capacidad de las futuras, cobija estrategias desinteresadas sobre los recursos, pero esta definición parte del compromiso desde un punto de vista economicista (Murillo Licea, 2004). Muchas veces, la participación de entidades y multinacionales obedece a formas de compensación ambiental como el Grupo Prodeco en Colombia, filial de la multinacional Glencore, la mayor comercializadora del mundo en materias primas y con operaciones en más de 50 países. La empresa ha tenido que darle un toque ambiental a su actividad y llevar a cabo proyectos ambientales para compensar la deforestación de algunos de sus territorios. Según la representante de The Nature Conservancy en Santa Marta, Claudia Vasco (2017), la participación de esa compañía en el Fondo de Agua para Santa Marta y Ciénaga, constituye un modo de resarcir los daños producidos en otras regiones mineras, un compromiso con el medio con el que trabaja. Paralelo a Prodeco y como parte del sector industrial, la familia Santo Domingo, que controla más de 100 empresas en el país y posee una fortuna de 16.000 millones de dólares (El mega negocio de los Santo Domingo, 2015), a través de su fundación, es miembro activo del Fondo de Agua para la región.
Conclusiones
El barrio Buenos Aires surgió como resultado de la violencia paramilitar de la década de los 90 en el que sus habitantes han tenido que implementar unas estrategias colectivas como la misma fontanería y domésticas, constituidas por métodos para potabilizar el agua de consumo. En este contexto, la comunidad ha trabajado fuertemente en la instalación de las redes hídricas a pesar de la desaparición de organizaciones como la Junta de Acción Comunal o la apatía de muchos de sus miembros. La gestión del agua, desarrollada principalmente por el fontanero, está entreverada por diferencias políticas entre los líderes del barrio que han construido una espacialidad a partir de la distribución del líquido.
Generalmente, líderes del barrio que han ostentado el cargo de fontanero, han acrecentado su influencia a través de la gestión, permitiéndoles intervenir en temas esenciales en la toma de decisiones. Su posición les ha facilitado establecer contacto con políticos, beneficiar redes familiares y vecinos allegados. Sin embargo, su posición también puede ser blanco de críticas por la mala gestión de la administración del recurso, ya que los habitantes manifiestan quejas en las que él incumple con sus funciones y en la actualidad, el 80% de los usuarios rechaza su labor
(Fig.15) y que no hay relevo laboral de la fontanería porque el 60% considera que no hay personas capaces de hacer el trabajo (Fig16). Se evidencia de esta manera a la cultura, como todas esas interrelaciones que dan vigencia a los infinitos flujos entre la sociedad y la naturaleza, entre los seres humanos entre sí y de estos con el resto del ambiente (Vargas, Cultura y democracia del agua, 2006).
Por lo tanto, si en la comunidad, la cultura del agua va en detrimento de la preservación del líquido, no es tan necesario un plan para transformar la gobernabilidad, sino que lo que debe ser cambiado es la cultura. En Buenos Aires, los conflictos del agua se relacionan con estas diferencias políticas y la escisión del barrio en subsectores, que genera una lógica de confrontación entre ellos, pero en otros contextos, el agua es un elemento asociado con la consolidación del tejido social que ha permitido la agencia de los ciudadanos en la consecución de otros objetivos comunes.
Un elemento interesante para repensar, es la condición de muchos de sus habitantes, víctimas del conflicto armado que llegaron a la ciudad en busca de oportunidades y de espacios para empezar a vivir. El barrio mismo es producto de esta violencia, es una imagen que debe ser cambiada a través de actividades que construyan la comunión de intereses y el agua es uno de esos elementos porque actividades como la política tradicional lo único que acrecientan es una despolitización en la vida de la gente.
Es común el miedo de las víctimas por acercarse a las oficinas institucionales para reclamar sus derechos, la apatía hacia la política, el desinterés por ser críticos a la luz de los acontecimientos y problemáticas que viven como habitantes, pero actividades como la gestión, planificación, organizaciones comunales que puedan asumir los problemas del líquido pueden convertirse en símbolos de agenciamiento social, de espacios de lucha contra pretensiones e intereses privados que intentan imponerse a las comunidades. Las empresas que prestan el servicio deben reconocer sus límites ante asentamientos ilegales en los que no pueden introducir infraestructura, pero su función no debería limitarse a ser veedores pasivos de lo que hacen las comunidades con ella, sino fungir como asesores y planificadores de estas redes artesanales extendidas por esas manos violentadas.
Ante el desabastecimiento, la situación que vive el barrio no es tan diferente a la del municipio, ya que desde distintos organismos se está pensando la problemática que padece la región. Deben aunarse fuerzas entre los proyectos y propuestas y evitar concebirlas como aisladas. En este sentido, ¿Son acaso diferentes los objetivos, intereses e intenciones que surgen desde el Fondo de Agua para Santa Marta y Ciénaga y la propuesta de tomar permanentemente el agua del rio Magdalena? ¿Está articulado el Fondo a los distintos planes de cuenca de los ríos que se desprenden de la Estrella? Quizás puedan subestimarse estas líneas, pero consideramos que el primer paso para transformar política y socialmente la vida de la gente, implica darla a conocer, compartirla. Solo así, aunamos esfuerzos para construir lo que Arturo escobar llama una “antropología de la modernidad”.
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